Homenaje las vivencias del maestro Botero en Cajicá

Por Hugo Sierra-Periodista

Aunque vivía viajando por todo el mundo, exponiendo su majestuosa obra artística, el maestro Fernando Botero aterrizaba por lo menos dos veces al año en Cajicá para tener unos días de descanso y para trabajar en su taller, acogido por la tranquilidad, el paisaje y las gentes que habitaban el pueblo a finales del siglo pasado.

Muchos en Cajicá no saben que el pintor y escultor antioqueño más notable que ha tenido el país en su historia vivió varios años en la casa de Tucurinca, una finca de recreo que compró en la sabana norte de Bogotá y que terminó adecuando como un estudio taller, en el que dedicaba días completos a pintar cuadros y a trabajar a mano sus famosas esculturas.

“Le gustaba pasar sus temporadas en la finca porque le fascinaba caminar mucho por los senderos llenos de eucaliptos que el mismo mandó a sembrar detrás de la casa, donde acostumbraba a reunirse con la familia y amigos que venían a visitarlo”, recuerda sin hacer mucho esfuerzo Ricardo Orlando Sánchez, hombre de confianza del maestro Botero durante sus años de residencia en Cajicá.

Ricardo, un cajiqueño de 65 años, se convirtió en la persona más cercana al ilustre artista antioqueño porque fue su conductor personal y además le hacía ‘sus vueltas’ personales durante los días que permanecía en Cajicá. Relata que venía dos veces al año: en febrero cuando se celebrada la temporada de toros en Bogotá, y a final de año.  

En un mercedes benz blanco clásico, que hoy Ricardo no sabe en manos de quién quedó, transportaba a Botero hasta Bogotá, donde se encontraba con familiares y compartía vida social con sus amigos más cercanos. “Con Belisario (Betancur), Ardila Lulle, Santo Domingo, don Hernando Santos (director de El Tiempo) compartían largas horas de la noche para hablar del país”, cuenta Sánchez.

Hijo adoptivo de Cajicá    


Si bien el maestro Botero siempre perteneció a Medellín, donde nació el 19 de abril de 1932, en Cajicá también echó raíces, que se extendieron a muchos lugares del mundo donde vivió por su condición de artista universal, que con sus obras se comunicó con personas de todas las culturas.

En la finca Tucurinca, ubicada en la vía Cajicá-Tabio, se celebró la recepción del matrimonio de su hija Lina Botero, que se casó en la iglesia de Tenjo a las 12 del día, con asistencia del entonces presidente de la República, Belisario Betancur y su señora Rosa Helena, y de personalidades del mundo del arte, de la política y del empresariado.

Al final de la fiesta, el maestro Botero le donó a Betancur, recién posesionado (1982-1986), una de sus esculturas para que se la regalara al presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, con motivo de su visita protocolaria a Colombia en diciembre de 1982. Ricardo Sánchez fue el encargado de transportarla, en el mercedes benz, hasta el Palacio de Nariño.    

En la Fortaleza de Piedra, Fernando Botero Angulo, como figuraba en el directorio telefónico de solo tres dígitos, según recuerda Ángel Villarraga —otro cajiqueño admirador del prominente maestro—, tuvo grandes amigos con los que compartía siempre. Enrique Cavelier Gaviria y su esposa, Margarita Lozano de Cavelier, guardaron una larga amistad con el hijo adoptivo de Cajicá. La Casa de la Cultura fue inaugurada precisamente con una exposición de Botero, que ayudó a montar doña Margarita, pintora destacada, madre de Carlos Enrique Cavelier, coordinador de sueños de La Alquería.

Uno de sus dos hermanos, Rodrigo Botero, también tuvo vínculos con Cajicá, donde vivió varios años en una casa de campo en el sector de Calahorra. El otro hermano, Juan David, fallecido, venía a Cajicá a compartir con la familia de maestro cuando pasaba sus temporadas de descanso en Tucurinca.

Con la pintura de la Virgen del pueblo, Fernando Botero estrechó sus lazos con Cajicá. Su producción artística de los años 80 y 90 también tuvo como epicentro Tucurinca, casa a la que dejó de venir a mediados de la década de los 90, cuando estalló el escándalo del proceso 8.000, en el que se vio involucrado su hijo mayor Fernando Botero Zea. 

Para Ricardo Orlando Sánchez, su hombre de confianza en Cajicá por cerca de 15 años, la generosidad y la cultura eran las condiciones humanas que más sobresalían en el trato con en el maestro: “Era un lujo de hombre, buena persona con la gente, de buen gusto y muy decente. Era un apasionado por los toros, no fallaba en las temporadas de la plaza Santamaría”.

Siempre soñé, dice Ángel Villarraga, con ver una de sus obras en el Parque Principal, en la Estación o en el Centro Cultural y de Convenciones de Cajicá, al estilo de las que se encuentran en las grandes ciudades, galerías y museos del mundo entero, al pedir que le cuenten a la ciudadanía cómo va la obra Museo Botero en la casa Tucurinca.

En la finca, residencia temporal por varios años de Botero, quien murió a los 91 años el pasado 15 de septiembre en el Principado de Mónaco, se desarrolla hoy un megaproyecto de vivienda campestre por parte de Mojica Constructora. Como parte de la cesión obligatoria al municipio, la casa, en la que se conservan algunas obras como bodegones, retratos, lienzos y frescos, sería un museo, de acuerdo con el proyecto aprobado.         

Si se hace realidad el Museo Botero, la obra artística del maestro se vincula para siempre con el pasado y con el presente del arte al municipio de Cajicá.

Cajicá, sin que tal vez lo valoren muchos sus habitantes, acogió a Fernando Botero, el artista más grande de Colombia en su historia, como hijo adoptivo ilustre. Su inmortal obra siempre hablará de Medellín, Antioquia y Colombia, pero la historia también hablará de La Fortaleza de Piedra.

*Escrito con la colaboración de Ricardo Sánchez y Ángel Villarraga.

Créditos:

Fotos archivo personal-Ricardo Sánchez.

Pie de fotos:

1. Escultura donada por el maestro Botero al presidente Betancur, quien se la obsequió al presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, en su visita a Colombia en diciembre de 1982.

2. El maestro Fernando Botero con su hija Lina en la celebración de su matrimonio, cuya recepción tuvo lugar en la finca de recreo Tucurinca con masiva asistencia de los lugareños y de distintas personalidades del país.     

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