Café con el Director

En EL OBSERVADOR pensamos, soñamos y nos atrevemos a hablar con lagente, a partir del respeto, y con una placentera taza de café. HOY con:César Armando Navarrete Valbuena,el guardián del idioma

Actualmente es el Vicedirector de la Academia Colombiana de la Lengua, a la que ingresó hace 14 años. Es hijo de una familia tradicional cajiqueña. Tiene dos hermanas monjas y tres hermanos curas. Su vocación de ser sacerdote la cambió por el amor al idioma español.

“Soy cajiqueño cajiqueño, hijo de una familia levítica. Nací con partera, no en hospital, en la vereda Río Grande”, dice con orgullo y en medio de risas César Armando Navarrete Valbuena al comenzar esta charla con EL OBSERVADOR. Es hijo de Juan Nepomuceno Navarrete y Graciela Valbuena, un matrimonio arraigado en Cajicá en el siglo pasado. Son 11 hermanos: cuatro mujeres y siete hombres. Dos de ellas son monjas y tres son sacerdotes. No duda en asegurar que es una familia levítica. Contados todos los miembros de la familia son cerca de 500 personas, hace notar en medio de sonrisas. Como buen hijo de la Fortaleza de Piedra, cursó sus estudios de primaria en la Pompilio Martínez, el colegio público más antiguo de Cajicá, Cundinamarca, que conmemoró recientemente 80 años de existencia. El Concejo de Cajicá, con una nota de estilo, le hizo un reconocimiento a César Armando como personaje cajiqueño destacado en el 2024. En el año 2010 entró a la Academia Colombiana de la Lengua, fundada en 1871, y por la que han pasado prestigiosos miembros vinculados a la cultura y la política colombiana. Este año fue elegido como Vicedirector dentro de la nueva mesa directiva, dignidad que ocupará por tres años. En agosto del 2018 tomó posesión como académico de número.

EL OBSERVADOR: ¿ Usted pensaba ser sacerdote?

“Yo quería ser sacerdote, mi familia estaba marcada por la religión católica y en esos años había mucho impulso a las vocaciones sacerdotales. Siempre he tenido espíritu de servicio. Inicialmente ingresé al Seminario Mayor San José de Zipaquirá, donde forman jóvenes para el sacerdocio. Luego me fui a estudiar al Seminario Mayor de Bogotá filosofía y teología. Durante 9 años estuve allí estudiando. Fui acólito, hasta que un día, por rebelde, dejé de serlo por decisión de los superiores. Cuestionamientos personales y vivencias dentro del seminario contribuyeron a que me desencantara de la vida sacerdotal”

EO: Y entonces, ¿ qué camino tomó?

C.A.N.V.: “Tan pronto me retiré del seminario me casé con la primera y única novia que tuve: Blanca Irene Chávez, cajiqueña más que yo. Ella me visitaba una vez a la semana mientras estuve en el seminario. Tenemos dos hijas que ya están casadas. Entonces, por allá en 1980 me tocó asumir responsabilidades y obligaciones familiares. Mi primer trabajo fue como recuperador de cartera de una empresa que importaba vehículos a Colombia. Ahí estuve un tiempo cumpliendo esa tarea que no era nada fácil”.

EO: Siendo filósofo, ¿cómo ingresa al mundo académico?

C.A.N.V.: “Un amigo, Francisco Arévalo, me propone presentarme en el Instituto Caro y Cuervo. Voy un viernes a la Hacienda Yerbabuena y ahí entró a trabajar como investigador. Durante 33 años estuve en la Casa Marroquín, donde funciona hace años el museo de Yerbabuena, desempeñando actividades en áreas de filosofía, lingüística, literatura e historia. Trabajé como corrector de imprenta y me dediqué a la edición de la obra completa de Miguel Antonio Caro, que fue presidente de Colombia. Un trabajo muy gratificante”.

EO: ¿ Y a la Academia de la Lengua por qué entra?

C.A.N.V.: “El haber trabajado en el Instituto Caro y Cuervo me abrió las puertas para ingresar a la academia. El requisito para entrar es el amor a la lengua. Además, tenía fama de ser un buen corrector de textos. Dictaba clase en la universidad en la noche sobre estos temas del buen uso del lenguaje y del cuidado del idioma español. Es una bendición de la vida haber llegado a la Academia Colombiana de la Lengua. Por la corporación han pasado varios presidentes de Colombia como miembros de número y honorarios. Que recuerde, José Miguel Marroquín, Miguel Antonio Caro, Rafael Núñez, Santiago Pérez, Darío Echandía, Eduardo Santos, Carlos Lleras Restrepo y Belisario Betancur”.

EO: ¿ Qué labor hace como académico de número?

C.A.N.V.: “La academia tiene máximo 50 miembros y 28 son numerarios. A mi me corresponde la letra L de acuerdo con el orden del abecedario. Somos los vigías del idioma. Heredé de mi madre, que tiene 95 años, el buen uso del lenguaje. Lo que hago en la academia es velar por el buen uso del lenguaje y la literatura. El esfuerzo de mi tarea está dirigido a cuidar el idioma español. Los medios de comunicación están llamados a defender el lenguaje. Desde 1960 existe en Colombia una Ley de Defensa del Idioma. Por esto que hago con convicción y mucha responsabilidad no pagan, simplemente recibimos aplausos, medallitas y reconocimientos (risas)”.

EO: ¿ Le preocupa el uso del lenguaje que se hace hoy en la era digital?

C.A.N.V.: “Claro que sí. Hoy todo está influenciado por la inmediatez. Lo que se usa es una jerga, que se convierte en una manifestación lingüística. Se acabó la ortografía y es un lenguaje excluyente. Pero no está mal, hay que aceptarlo, reconocer que el mundo moderno lo ha impuesto, y entender que para los jóvenes ese uso del lenguaje es correcto. La mejor defensa del lenguaje es hablar bien delante de los jóvenes”.

EO: ¿ El sector de la cultura en el país va bien o nada que avanza?

C.A.N.V.: “Falta mayor compromiso de todos. Aunque el presupuesto ha mejorado, se necesita más apoyo, la asignación de más recursos. Así como se destina plata a grandes obras y proyectos, hay que hacer lo mismo con la cultura. Es un sector fundamental para el desarrollo futuro del país”.

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