El Viajero: Travesía de una tocancipeña hasta Male

Terminé en Asia por las casualidades de la vida. Esta, la breve historia de una travesía que me tomó 36 horas en tres aviones y un nuevo sello en el pasaporte.

Texto y fotos: Mavel Robayo @mavelrobayo (*)

Desde hace mucho tiempo tenía el deseo de visitar Asia, sin embargo, por diferentes circunstancias, no había podido viajar a ese lado del mundo hasta el año pasado, cuando un fin de semana de noviembre, cuando me encontraba estaba en la sala de mi casa en Estados Unidos supe de una promoción turística interesante.

Se trataba de un hotel que se vio afectado por la pandemia durante el 2020 y había decidido lanzar una promoción para asegurar algún tipo de negocio durante este 2021. Era una oportunidad de esas que se dan ‘una vez en la vida’ muy favorable para los visitantes.

Permitían alquilar un bungalow sobre el agua, de esos que se ven en la revistas donde las parejas suelen ir a pasar su Luna de Miel, en uno de esos lugares que les quitan el aliento a todos; además, el precio incluía el desayuno y algunos descuentos para usar todos los servicios del hotel, como por ejemplo el Spa.

En los cielos de las islas Maldivas

Revisar todos los detalles me tomó dos semanas, investigué tanto de la única oportunidad de compra como de mi viaje; quería estar segura de que en temas de documentación cumplía con todo lo necesario. Dos meses después estaba en el aeropuerto de Denver, Colorado – que hasta ese día había sido mi último hogar- esperando mi primer vuelo: tenía por delante 36 horas de viaje en tres aviones y medio planeta por atravesar, todo con el único propósito de llegar a ese particular destino, Male, la capital de las islas Maldivas.

El país está situado en el Océano Índico al sur de la India, pero pertenece a Asia. Lo componen 1.190 islas rodeadas de un paradisíaco mar color turquesa, con playas de arena blanca y corales abarrotados de peces por donde una hunda la cabeza. 

En el aeropuerto de Denver mostré mi pasaporte y mi tiquete en la entrada de la sala para abordar mi único vuelo corto, dos horas y media por los cielos para desplazarme de Denver a Chicago, esta una ciudad que hasta ahora no he visitado.

El aterrizaje fue sin imprevistos, al bajarme noté el cambio de temperatura, ya que la ciudad estaba a casi -9°C ese día y estaba cubierta de nieve por donde se mirara; aun así salí a la puerta a tomar el bus que conecta la terminal doméstica con la internacional. Mi siguiente vuelo era intercontinental, el más largo que he tomado en mi vida hasta el momento.

Ya en la puerta donde esperaba el bus en el aeropuerto, para evitar el frío exterior, observé a una mujer de cabello negro que le llegaba hasta los hombros, de contextura gruesa y de mi altura, vestía una túnica vino tinto oscuro con un bordado dorado en el centro y que le cubría todo el cuello y llegaba hasta el abdomen. Ella también había llegado en el vuelo procedente de Denver. Un poco confundida me preguntó si esa era la puerta para esperar el bus, yo le sonreí y le contesté que sí, en inglés, que yo también lo estaba esperando. Entonces sostuvimos una conversación durante un rato, me contó que viajaba de regreso a su pueblo natal, cerca de Jaipur en la India. Explicó que por la pandemia hacía más de un año que no había podido visitar a su familia, supe que ella también reside en Denver.

Tomamos el bus juntas y, por casualidades de la vida, también tomábamos el mismo vuelo con destino a Doha, la capital de Qatar, un país Emirato ubicado al oeste de Asia y que es una de las ciudades clave para conectar los vuelos con otros países en ese lado del mundo.

Unas 14 horas después de estar atravesando los cielos americanos, el Océano Atlántico, algunos países europeos y otros asiáticos, el gigantesco Airbus 340 aterrizó sin problemas en el Aeropuerto Internacional Hamad. Desde la ventana yo miraba las estructuras del único aeropuerto que tiene ese país y que nos recibía con un espectacular atardecer, digno de las cámaras fotográficas de todos aquellos pasajeros que somnolientos salíamos del avión y nos introducíamos como hormigas en los pasillos identificados con letras árabes y subtítulos en inglés.

Recuerdo que tomé una foto y se la envié a mi familia para que supieran que ya había llegado al país árabe; yo estaba perdida en el tiempo, no sabía qué hora era a en Colombia, pero sabía que al final ellos quedarían tranquilos con recibir mi foto.

Caminé por los largos pasillos y tiendas hasta encontrar el centro del aeropuerto; para mi gran asombro, el aeropuerto resultó ser más pequeño de lo que me esperaba, así que lo recorrí en pocos minutos.

En el centro de la sala principal se encontraba la escultura emblemática de la terminal aérea: un oso de peluche amarillo recostado en una lámpara de mesa de noche; la gigantesca escultura imposible de ignorar estaba rodeada de todo tipo de turistas, que se detenían a tomar fotos o selfies para luego continuar su camino. Al igual que los demás, me acerqué e inspeccioné semejante figura realizada por el escultor Suizo Urs Fischer, que representa y recuerda nuestra niñez y los objetos de casa. Realmente un mensaje perfecto en un aeropuerto donde todos estamos lejos del hogar. 

mi selfies.

Después de lograr las respectivas fotografías para mi galería personal, continué mi camino hacia la sala de espera, donde me informaron que había duchas disponibles, lo que me alegró demasiado, ya que para mi siguiente vuelo tenía que esperar siete horas. Me di una ducha con calma, luego cené en la sala, pedí un curry verde con arroz basmati y lo acompañé con una botella de agua; miré televisión y dormí un rato, hasta cuando vi que por la pantalla se anunciaba que mi próximo vuelo había iniciado el abordaje. Tomé la mochila y me fui caminando hacia la siguiente sala.

Cuatro horas después de abordar el avión que me dejaría en Male, mi destino final, mientras corrían los últimos minutos en los cielos de las islas Maldivas, se anunciaban los últimos detalles para el aterrizaje. Por la ventana veía cómo el mar brillaba escandaloso y resaltaba las muchas islas repartidas sobre su faz; diminutos se veían los muchos resorts ubicados en este país, con la misma estructura de bungalow sobre el agua. A los diez minutos de haber tocado suelo, las puertas del avión se abrieron y yo daba mis primeros pasos en mi nueva casa.

(*) Mavel Robayo: Emprendedora y viajera, líder en operaciones y CS. Colombiana ciudadana del mundo, oriunda de Tocancipá, ha pasado los últimos ocho años viajando por el mundo, aprendiendo y enseñando técnicas para llevar una vida más saludable y ayudando a empresarios a crear mejores sistemas de comunicación con sus clientes. Fundadora de Remote and Health.

EL OBSERVADOR: Si eres un viajero o viajera natural de Sabana Centro o de Bogotá y deseas dar a conocer tus experiencias, escríbenos a al coreo: elobservadorperiodico4a@gmail.com

Leave comment

Your email address will not be published. Required fields are marked with *.